POESÍA MÍSTICA
Un extracto de la obra de teatro de Juan Mayorga que recoge un diálogo imaginario de Teresa de Ávila y que es el final de la reciente película sobre Teresa, inspirador y poético aunque no sea directamente un poema.
Teresa de Ávila, para algunos o Santa Teresa de Jesús para otros, como mujer, monja y escritora rompió moldes en su época (siglo XVI), y que actualmente sigue despertando profundo interés tanto por su legado como por su particular misticismo, por la combinación de una vida contemplativa muy rica con una vida activa y pública convulsa y revolucionaria. En sus poemas y escritos gozamos de una espiritualidad que rompe con lo dogmático para ofrecer una experiencia mística dirigida hacia la sublimación del amor Divino, como medio de elevación del alma. Pero además de su obra, ella también es fuente de inspiración de muchos autores que directamente o indirectamente hacen alusión a lo que Teresa comparte en sus libros aún a riesgo de su propia vida.
Recientemente Juan Mayorga escribió una obra de teatro inspirada en la figura de Teresa, en la que a través del recurso de un diálogo imaginario de la mística con el inquisidor, nos ofrece su propia ideación y visión del mundo interior de la monja. Finalmente la obra se ha adaptado al cine en una película, y compartimos una de las partes que nos parecen más bellas y reveladoras de la obra, específicamente el final de la misma en el que las quedan al descubierto tanto las dudas como la fe que las vence en un camino de servicio a la Divinidad que raras veces es lineal o perfecto (en el sentido que nuestro intelecto interpreta estas dos cualidades).
“Si miro esta casa, me da contento haberlo contentado. No por lo que yo haya hecho, pues solo en su poder se puede, sino porque me es regalo que me haya tomado por instrumento.
Mas al poco viene el demonio a revolverme. Dice, riendo, que todo ha sido astucia suya para robarme el alma. La oración de años la quita mi enemigo con un soplo. La fe queda suspendida y yo sin fuerza para defenderme de sus golpes, y en el alma la oscuridad más honda.
Así es esta vida de miserable. No hay contento sin mudanza. Tan pronto no me cambiara por ninguno como no sé qué hacer de mí. Y el único que podría socorrerme, ahora se me oculta.
Dios se esconde del alma y hace al alma no saber de sí. ¿Dónde estás? ¿Por qué me dejas sola?
¿O es que estuve sola siempre? ¿Quién soy, si siempre estuve sola?
Dudo, y con tanta pena que pienso si él quiere que sepa qué es disgusto de vivir para, si alguno veo caído en ese abismo, le sepa acompañar.
Dudo, sí, dudo cada instante.
Pero siempre podrá el ángel bueno más que el malo. Siempre acaba venciendo el ángel del Señor. Lo veo a mi izquierda, pequeño, el rostro encendido que parece abrasarse. Tiene en las manos un dardo de fuego que hunde en mi corazón. Es tan grande el dolor que me hace dar quejidos. Dolor del espíritu que corta el cuerpo.
Y la lengua, en pedazos, se niega a dar palabras. Solo da gemidos, porque más no puede.
Es gran pena, pero tan dulce que no hay deleite que más contento dé. Dios aprieta al alma con abrazo que nun-ca querría ella salir de él. Cautiva de quien ama, consiente el alma que se la encarcele. Y no anhela sino la muerte, que solo en ella podría gozar su bien.
Ni puede la palabra recoger tanto amor, pues, como fuego que arde demasiado, no cabe a la palabra contener la llama. Se levanta en el alma un vuelo porque, loca, no ve diferencia a Dios y habla desatinos. La lengua está en pedazos y es solo el amor el que habla.
Pero nadie puede hablar de ello. Es mejor no decir más”.