FILOSOFÍA INTELECTUAL VERSUS FILOSOFIA ESPIRITUAL
Una aproximación intelectual al conocimiento más elevado y que la mente tome posesión de él, es una ayuda indispensable a este movimiento de la Naturaleza en el ser humano. Generalmente, en nuestra superficie, el principal instrumento de pensamiento y de acción del hombre es la razón, el intelecto que observa, comprende y organiza. En todo progreso total o en toda evolución del Espíritu, no sólo es necesario desarrollar la intuición, la visión y el sentido interior, también deben ser desarrollados la devoción del corazón, una experiencia viva, profunda y directa de las cosas del Espíritu, y también el intelecto debe ser iluminado y satisfecho; debemos ayudar a nuestra mente pensante y reflexiva a comprender, a formarse una idea razonada y sistemática del objetivo, del método y de los principios de este desarrollo y esta actividad más elevados de nuestra naturaleza, y de la verdad de todo lo que se encuentra tras ella.
La realización y la experiencia espirituales, el conocimiento intuitivo y directo, un crecimiento de la consciencia interior, un crecimiento del alma y de una percepción íntima del alma, una visión, y un sentido del alma son, en efecto, los medios propios de esta evolución: pero el apoyo de la razón crítica y reflexiva es también de gran importancia; aunque muchos pueden prescindir porque tienen un contacto directo y vivo con las realidades interiores y se contentan con la experiencia y la visión interior, son indispensables en el movimiento total. Si la verdad suprema es una Realidad espiritual, entonces el intelecto del hombre necesita saber la naturaleza de esta Verdad original y el principio de sus relaciones con el resto de la existencia, con nosotros mimos y con el universo. Por sí mismo, el intelecto no es capaz de ponernos en contacto con la Realidad espiritual concreta, pero puede servir de ayuda por medio de una formulación mental de la verdad del Espíritu, formulación que explica esta verdad a la mente y que puede incluso ser utilizada para una búsqueda más directa: esta ayuda es de una importancia capital.
Nuestra mente pensante se interesa sobre todo por el enunciado general de la verdad espiritual, por la lógica de su absoluto y por la lógica de sus relatividades, y por cómo estas dos lógicas se sitúan una respecto a la otra, por cómo la una conduce a la otra, y cuáles son las consecuencia mentales del teorema espiritual de la existencia. Pero, aparte de esta comprensión y de esta formulación intelectuales que son su derecho y su función principal, el intelecto busca ejercer un control crítico; puede admitir el éxtasis y otras experiencias espirituales concretas, pero exige saber sobre qué verdades, seguras y bien ordenadas, de ser se fundan estas experiencias.
En efecto, sin dicha verdad no pudiera conocerse y verificarse, nuestra razón podría considerar estas experiencias como inciertas e ininteligibles, podría darles la espalda con el pretexto de que tal vez no estén fundadas en la verdad, o bien desconfiar de ellas en su forma o en su fundamento, y considerarlas incluso un error o una aberración de la imaginación de la mente vital, de las emociones, de los nervios o de los sentidos; porque podrían ser llevadas, en el paso o transferencia de lo físico y lo sensible a lo invisible, a perseguir luces engañosas o, cuando menos, a una recepción equivocada de cosas que son válidas en sí mismas, pero que están desfiguradas por una interpretación equivocada o imperfecta de lo que ha sido experimentado, o a un desorden y una confusión de los verdaderos valores espirituales.
Si la razón se ve obligada a admitir la dinámica del ocultismo, también estará interesada en la verdad, en el sistema correcto y en la significación real de las fuerzas que ve que entran en juego; se preguntará si el significado es el que el ocultista le atribuye, o si es otra cosa distinta, algo quizás más profundo, que ha sido mal interpretado en sus relaciones y valores esenciales, o que no ha recibido el lugar verdadero que le corresponde en el conjunto de la experiencia. Porque la acción de nuestro intelecto es, en primer lugar, la comprensión, pero también la crítica y finalmente la organización, el control y la formación.
El medio que permite satisfacer esta necesidad y que nos ha sido proporcionado por nuestra naturaleza mental es la filosofía, y dentro del campo de la filosofía este medio debe ser la filosofía espiritual.
Este tipo de sistemas han sido numerosos en Oriente; porque cada vez que se produce un desarrollo espiritual de importancia casi siempre surge de éste una filosofía que lo justifica ante el intelecto. En primer lugar, el método seguido fue el de una visión intuitiva y una expresión intuitiva, como en el pensamiento insondable y en el lenguaje profundo de los Upanishads, pero luego se desarrolló un método crítico y un sistema dialéctico sólido, una organización lógica.
Las filosofía que siguieron fueron una exposición intelectual (por ejemplo, la Guita) o una justificación lógica de aquello que había sido descubierto por la realización interior; o se dotaron de una base mental o de un método sistemático para la realización y la experiencia (por ejemplo, la filosofía llamada Yoga de Patanjali). En Occidente, donde la tendencia sincrética de la consciencia dio lugar a una tendencia analítica y separativa, la aspiración espiritual y la razón intelectual se separaron casi desde el principio; la filosofía se orientó inmediatamente hacia una explicación puramente intelectual y razonada de las cosas.
Sin embargo, hubo sistemas como el pitagorismo, el estoicismo, y el epicureismo, que fueron dinámicos, no sólo en el pensamiento, sino en la conducta de la vida y elaboraron una disciplina, un esfuerzo y una perfección interior del ser; esta tendencia alcanzó un plan espiritual más elevado del conocimiento en las estructuras mentales cristianas o neo-paganas posteriores dónde Oriente y Occidente se encontraron. Pero más adelante, la intelectualización fue completada y la filosofía perdió todo contacto con la vida y sus energías o con el espíritu y su dinamismo, o quedó reducida a lo poco que el pensamiento metafísico logró imprimir en la vida y en la acción por una influencia abstracta y secundaria.
En Occidente, la religión se ha apoyado no en la filosofía, sino en sí misma por medio de una teología dogmática; a veces una filosofía espiritual lograba emerger por la única fuerza de un genio individual, pero no fue, como en Oriente, un complemento indispensable a toda línea importante de experiencia y de esfuerzo espirituales.
Es cierto que un desarrollo filosófico del pensamiento espiritual no es completamente indispensable; porque las verdades del espíritu pueden ser alcanzadas más directa y completamente por la intuición y por un contacto interior concreto. Hay que señalar también que el control crítico del intelecto sobre la experiencia espiritual es poco fiable y puede ser molesto, porque es una luz inferior que quiere ser aplicada a un campo de iluminación superior; el verdadero poder de control es un discernimiento interior, un sentido y un tacto psíquicos, la intervención superior de una guía que viene de lo alto o de una guía interior, innata y luminosa.
Sin embargo esta línea de desarrollo es también necesaria, porque debe existir un puente entre el espíritu y la razón intelectual: la luz de una inteligencia espiritual o, por lo menos, espiritualizada es necesaria para la plenitud de nuestra evolución interior total y sin ella, si no existe otra guía más profunda, el movimiento interior puede ser errático e indisciplinado, confuso y mezclado de elementos no espirituales, o unilateral e incompleto en su universalidad.
Sri Aurobindo, texto seleccionado por Saranagati Das