¿Mortales o inmortales? En el corazón del misterio
Ay de mí que vine a morir,
que viajo en este misterioso cuerpo
de corta duración.
Ay de mí que estoy
pero no soy
que camino hacia un destino
incomprensible y cruel.
Ay de mí que con distintos rostros
sigo preguntándome
sí vivo o muero para siempre.
¿Mortal o inmortal?
¿Es necesario elegir?
En estos versos evocan la tensión positiva que provoca la pregunta sobre nuestra condición mortalidad y/o inmortalidad, arrojándonos al corazón de un misterio. Como prefacio para abordar las formas más populares con las que solemos dar respuesta, y frente a ellas hacer una breve introducción del enfoque específico en el contexto del Yoga Integral de Sri Aurobindo.
Para la mirada materialista radical, la única e inapelable respuesta a la condición humana es, somos mortales, si la única prueba de la existencia es la vida física, cuando el cuerpo pierde esa vitalidad todo lo que somos y hemos sido se disuelve, a lo sumo quedaría algo de nosotros en la memoria de los que continúan vivos. Defender esa posición se ha convertido en una forma de apelar a un realismo que tiene el argumento más potente, algo que es discutible cuando explicar todo el campo de la fenomenología humana queda muy limitado por la visión estrictamente materialista, y pese a la rotundidad de los partidarios de esta explicación para el fenómeno de la vida, la pregunta para el buscador neutral no ha sido todavía suficientemente explorada y la solución es simple pero escasa. Además, no afecta solo a la concepción de la muerte, afecta también al cuestionamiento sobre el sentido de la vida que queda atrapado en el bucle del absurdo.
La insuficiencia de la explicación fundamentada en una realidad exclusivamente material, nos puede invitar a volver la vista hacia las propuestas dadas por la religión, encontrándonos que la cuestión también ha sido extremadamente simplificada para ofrecer una visión popularizada del tema, llevándonos a justificar la muerte como un paso hacia un más allá, incluso a darle hegemonía a la realidad espiritual sobre la material, cayendo de nuevo en una irreconciliable relación entre estos supuestos extremos, que nos puede dejar con sed de profundidad.
En el contexto de esta insatisfacción que podemos sentir en relación con las visiones más populares sobre la vida y la muerte, han irrumpido con fuerza en el imaginario colectivo las partes más superficiales de las teorías del renacimiento. Enfrentándonos a la posibilidad de un peregrinaje a través de vidas, que puede que nos convoque a ser aceptado intuitivamente, pues esta creencia es más antigua y extendida que las dos anteriores citadas, pero a la que con frecuencia se nos olvida interrogar sobre lo que esa reproducción existencial continuada en el tiempo implica y que la impulsa.
El habitual desconocimiento sobre los fundamentos de las filosofías de la reencarnación nos puede llevar al engaño de que todas son iguales solo porque consideren el renacimiento como un hecho demostrado a través de la experiencia, la razón o la intuición humana, sin embargo, hay diferencias sustanciales, que para ser comprendidas tendríamos que entrar en mayor profundidad en su estudio. No se trata solo de encontrar pruebas, además este hecho obliga a revisar toda la cosmovisión para dar respuesta al significado de la vida humana.
La sed de conocimiento convoca a la práctica de la humildad, cuando la búsqueda es sincera. Por eso, esta cuestión de nuestra condición mortal y/o inmortal nos invita a reconocernos dentro del corazón de un misterio. Desde diversos campos del conocimiento: filosofía, psicología, espiritualidad y ciencia, se puede observar una apertura sin precedentes a dar voz a posibilidades que se habían silenciado.
La cuestión de la inmortalidad está de fondo en todo pensamiento filosófico y en todo sentimiento religioso, no es algo ajeno sino sustancial, y por supuesto es la base de cualquier vía de espiritualidad, pues no habría posibilidad para desarrollar lo espiritual si no se tiene vivencia directa de que lo que somos es más que la persona material que captan los sentidos físicos. Lo más llamativo de los últimos años, particularmente desde la década de los sesenta, es que una parte de la comunidad científica se ha volcado en estudiar con el método de prueba empírica la vida después de la muerte, el precursor de esta corriente fue Raymond Moody, y le han seguido otros como Eben Alexander, Pim Van Lommel, Bruce Greyson, y la lista sigue sumando científicos que se interesan por el campo de las experiencias cercanas a la muerte, y que han incluso categorizado los puntos más comunes de dichas experiencias, acercándose a conclusiones propias de las ciencias ocultas y del conocimiento espiritual, revelando similitudes que trascienden los rasgos culturales de los individuos y que vendrían a confirmar los testimonios recurrentes sobre las experiencias espirituales de todos los tiempos. Obviamente estas investigaciones tienen sus defensores y sus detractores, sin duda están haciendo ruido y confrontando el paradigma materialista hasta tal punto que se cuestionan los límites de lo prudentemente científico.
La gran cantidad de información a la que actualmente tenemos acceso nos facilita recopilar diversas versiones de lo que sucede después de la muerte, incluso contrastar las fuentes de ese conocimiento. En occidente han circulado profusamente libros como el denominado, Libro tibetano de los muertos, y toda la obra escrita de la corriente espirita desde su fundador Alan Kardec a Xico Xavier, junto con las aportaciones de la Sociedad Teosófica, o escritos de todo tipo de reformadores religiosos que revisan con un enfoque más transcultural y espiritual los dogmas heredados del pasado.
Finalmente, cada uno de nosotros tendrá su propia vivencia-experiencia, y es de agradecer que existan fuentes que puedan inspirarnos y libertad para expresarse desde cualquier ángulo, siempre que uno no sea tentado por la necesidad de imponer su verdad, pues si somos inmortales ¿qué necesidad hay de convencer a nadie? Y si no lo somos ¿qué necesidad hay de sacarnos de un error histórico?
De todas las aproximaciones a la cuestión, cabe tener en cuenta la visión integral de Sri Aurobindo por su brillante e inspiradora aproximación a la cuestión. Por supuesto para acercarnos al pensamiento aurobindiano sobre el renacimiento, lo mejor es leer directamente la obra de este yogui, pensador y filósofo, en particular la Vida Divina, aquí solo voy a esbozar muy sintéticamente algunos puntos de la filosofía del Yoga Integral en relación con nuestra naturaleza mortal-inmortal, invitando a explorar una posibilidad que puede resignifica el valor de la vida material que se caracteriza por su finitud, en una manifestación paradójica de lo infinito.
Sri Aurobindo acepta la división entre una parte instrumental del ser humano que es la que acciona en el espacio-tiempo, por tanto, tiene la cualidad de ser perecedera, y una parte esencial del ser humano que no está condicionada a las mismas coordenadas de realidad y tiene naturaleza inmortal y eterna. Esta diferenciación se puede aplicar para entender nuestra naturaleza dimensional, pero no para establecer una separación de absolutos, Sin embargo, esta diferenciación puede servirnos para comprender lo multidimensional, pero la propuesta no es una separación de absolutos, si no una integración de la misma cosa en diferentes categorías.
Esta cosmovisión simplificada es necesaria para introducir la cuestión que Sri Aurobindo pone en el centro, esta es la ley de evolución espiritual. Aquí evolución tiene un sentido más abarcador que lo biológico, hace referencia a que si lo espiritual (suprafísico, supramental) se va densificando para manifestarse como materia, lo que se entendería como proceso descendente de la consciencia, también hay un proceso por el que se van revelando nuevas posibilidades de esa consciencia en diversas formas, este es el proceso ascendente que se denomina evolución espiritual.
Pero ¿qué tiene esto que ver con la inmortalidad? Esta visión permite que nuestras partes mortales convivan en sincronía con nuestra esencia inmortal, porque hay un vínculo entre ellas que se denomina evolución, y cada intervalo de nacimiento-muerte es como un collar de perlas unido por un hilo que propicia la posibilidad de plasmación o manifestación del enorme potencial creativo latente de un principio absoluto que por su propia naturaleza (y no en base a la de nuestra mente) se despliega en las formas.
El ser humano se esboza como un ser de transición, una forma de expresión de la consciencia que es tanto resultado como base dentro de este proceso evolutivo. Nuestra vida o vidas ofrecen la posibilidad de experimentación, forman parte de una aventura, a la que Satprem llamó hábilmente: “La aventura de la consciencia”. Nos invitan a un viaje para trascender límites, en el que podemos ir progresando y transformándonos sin necesidad de urgencias, tomando contacto con el poder eterno de manifestación y con el gozo de existir.
Esta visión integral podría ser considerada una idea brillante, pero no está destinada a ser eternamente eso, nos convoca asumir y desvelar el poder del binomio mortal-inmortal. Incluso a ir más allá, reconociendo que, si en el humano hay un impulso de perpetuación y por tanto de inmortalidad, que suele reflejarse en el interés por la descendencia por el legado de las obras, y la formas evolución, incluso podría esbozarse la posibilidad de una materia no sometida a degradación, esto es la inmortalidad del alma reflejada en un cuerpo.
Hay mucho que decir sobre la visión aurobindiana, pero la invitación es a conocer directamente la obra de este yogui, poeta, pensador, revolucionario del Yoga que nos invita a coparticipar en el proceso evolutivo, que ni es lineal ni está dirigido por el limitado intelecto humano, por medio de un descubrimiento y manifestación progresivos de las posibilidades de la consciencia en nosotros.