FORTALECER LOS VÍNCULOS
Que la pandemia que estamos viviendo a nivel global iba a marcar un antes y un después sin precedentes era algo que muchos de nosotros ya intuíamos, pero lo que nunca hubiéramos imaginado es que iban a cambiar tanto nuestras formas de relación social, nuestras costumbres y nuestros hábitos más íntimos. Dar un abrazo a nuestra madre, que sobrepasa los 70, estrecharnos con nuestro mejor amigo, después de tanto, ir al fisio, a la piscina, asistir a nuestras clases de yoga y reunirnos de nuevo con los compañeros de siempre, son actos que ahora dan que pensar. Más allá de lo que, finalmente, decidamos hacer, es inevitable que afloren las dudas, el sentimiento de culpa o los comentarios de los demás. Y es que, nos guste o no, la nueva realidad ha calado incluso en los aspectos más nimios, y ha modificado nuestra cultura afectiva.
Por eso creemos que nuestra tarea más importante como sociedad, como individuos, como profesionales del yoga, es volver a encontrar la normalidad dentro de la distopía. Es evidente que el ser humano continúa necesitando el cariño, la proximidad, la caricia, el intercambio, y eso es algo que Internet nunca podrá suplir.
Por tanto, debemos preguntarnos cómo podemos hacer, en nuestro trabajo, en nuestro día a día, para seguir manteniendo los vínculos con las personas que nos importan. Y es ahí donde entran en juego dos de las grandes capacidades humanas: la reflexión y la imaginación.
Como profes de yoga, por ejemplo, es posible que hayamos tenido que pasar gran parte de nuestras clases a formato online, al menos durante algunos meses. Otros quizás estemos compatibilizando la enseñanza oline con los grupos presenciales, llenando cada hueco de nuestra agenda. Hay quienes habrán llegado aún más lejos y habrán apostado fuerte por el mundo digital, se habrán comprado una buena cámara, un ordenador más potente y un micrófono profesional para dar las sesiones con la mayor calidad posible.
Sea cual sea la opción que hayamos elegido, nuestro papel como profesores de yoga será garantizar una orientación verdaderamente personalizada, asegurarnos de que cada uno de nuestros alumnos se sienta atendido, escuchado y guiado hacia una vida más plena, ordenada y feliz. En definitiva, cuidar y proteger ese tejido suave, complejo y cálido que se genera entre el tutor y el alumnado.
Algunas preguntas que podemos hacernos para ver si estamos cumpliendo esta premisa son: ¿conozco el nombre de mis alumnos?, ¿estoy al tanto de sus patologías (si las tuvieran), peculiaridades, fortalezas y dificultades?, ¿me esfuerzo por mantener grupos estables y cohesionados?, ¿muestro disponibilidad y apertura a la hora de recibir consultas y responder dudas?
Contestar estas cuestiones con sinceridad puede darnos una idea bastante real de en qué punto estamos, y arrojar luz sobre la relación que tenemos con cada una de las personas que asisten a nuestras clases y depositan su confianza en nuestro trabajo.
Como decíamos, debemos hacer lo posible para que el yoga no pierda su esencia a pesar de las circunstancias, y tener en cuenta que, hoy más que nunca, nuestros alumnos y alumnas van a necesitar la cercanía, vincularse, de algún modo, a nosotros, al grupo de compañeros y a esa actividad semanal que les conecta consigo mismos y el mundo.
Porque la gente no acude a clase sólo para obtener un poquito más de calma, claridad, o bienestar físico-espiritual, acude también para generar conexiones y afinidades, sentirse a gusto y compartir experiencias.
Y, si bien es cierto que el yoga es un estilo de vida, un método, una disciplina, que uno tiene que implementar fundamentalmente en solitario, el proceso siempre será más llevadero si contamos con compañeros de camino, compañeros que, como nosotros, estén comprometidos con su sadhana personal y quieran llevar la práctica más allá de la esterilla.
Pero aún hay más, y es que el yoga, en este año marcado por la pandemia, tiene mucho que ofrecernos. No sólo un vínculo con el profesor y con el resto de la clase, sino también y, sobre todo, un vínculo con nosotros mismos. Si hay algo que nunca podrá ser afectado por las medidas de distanciamiento es la realidad que cada uno de nosotros vivimos de la piel hacia dentro.
¿Cómo nos tratamos ante un nuevo reto o una dificultad?, ¿qué hacemos cuando sentimos dolor, ansiedad, aburrimiento, pena o soledad?, ¿hasta qué punto somos capaces de amarnos, de hacernos compañía, sin tener en seguida la necesidad de huir hacia adelante?
El yoga puede impulsarnos a recuperar esa relación sana con nuestra interioridad, a conocernos mejor y a respetar más los mensajes que vienen de adentro. El yoga, sabemos, puede descubrirnos el amor más grande y maravilloso jamás experimentado: el encuentro con nuestro ser interior. Por eso, ante el distanciamiento, ante la distopía, ante los acontecimientos imprevistos que puedan asomar por el horizonte, no debemos temer. Tenemos el recurso más valioso que podíamos tener: el yoga, que nos acaricia, nos cura, nos abraza, en tiempos de incertidumbre. Desde aquí animamos a todos los profesores y profesoras de yoga que están haciendo esfuerzos ímprobos por dar lo mejor de sí.
Deseamos de corazón que todos podáis encontrar la fuerza y motivación suficientes para continuar vuestra labor de luz. Transmitir un yoga que nos vincula con los demás, que nos vincula con quienes somos.
Nuria, Formadora de la Escuela