CONECTAR CON LA LIBERTAD
Ya queda muy poco para dar la bienvenida al invierno, y, como muchos sabemos por la experiencia de otros años, estos meses suelen ser duros de roer. La falta de horas de luz, los días nublados, la humedad y el frío, hacen que todo sea más costoso de lo habitual. Aparece la pereza, nadie quiere levantarse de la cama cuando aún es de noche, y suelen ser más frecuentes los dolores articulares. Muchas personas viven incluso lo que en Psicología se conoce con el nombre de “depresión estacional”.
Y bien, ¿cómo mantenernos en pie, con el ánimo estable, en un momento del año así y bajo estas circunstancias?
Es fundamental que encontremos en nuestra sadhana cierto refugio, cierta sensación de libertad, de flujo y ligereza. Cuando afuera todo se hace tan pesado, la práctica no debe representar una carga más añadida a la que ya soportamos sobre nuestras espaldas. Al contrario, debemos procurar que sea lo más nutritiva posible, que sea un espacio al que estemos deseando llegar. En este sentido, es aconsejable que revisemos nuestro nivel de exigencia porque, aunque es cierto que hay que ser disciplinados, muchos de nosotros nos vamos al extremo y nos sometemos a verdaderas proezas. Levantarse a las 5 de la madrugada, para hacer una sadhana de 1 hora y 30 minutos perfecta, poder desayunar con nuestros hijos y luego llevarlos al colegio por la mañana; trabajar hasta las 7 de la tarde, repasar los deberes y tareas con ellos hasta las 10 y pretender que este ritmo sea sostenible y agradable en el medio- largo plazo es casi casi una quimera.
Por eso, desde la Escuela siempre os decimos que debemos adecuar la práctica de Yoga a nuestras circunstancias personales.
Ok, pero además de esto… ¿Qué más cositas podemos tener en cuenta para que nuestra práctica se haga liviana y accesible y podamos conectar con la libertad? Otra pauta interesante aquí es tomarse el propio camino en el Yoga como un experimento personal, un experimento dentro del cual podemos ir introduciendo pequeños cambios. Sentir que estamos aprendiendo cosas nuevas continuamente, sabernos libres de adaptar las asanas a nuestras sensaciones corporales, practicar un día con música suave, meditar en la naturaleza, bajo un árbol, o introducir algún ejercicio de agradecimiento pueden dar un toque diferente a lo que estamos haciendo, y volver a traernos cierto aspecto lúdico, que con el tiempo probablemente hemos perdido.
Está claro que debemos ser serios, prudentes y constantes en lo que se refiere a nuestro desarrollo personal y espiritual, pero no por ello tenemos que dejar atrás aquella chispa que teníamos cuando descubrimos el yoga por primera vez. Volver a ilusionarnos, volver a encontrar la parte divertida, experimental, de la práctica, y regresar una y otra vez a nuestra naturaleza esencial, saliéndonos de las rigideces impuestas por la mente, puede ayudarnos en estos meses de duro invierno. Esperamos que la editorial de este mes os sea de utilidad para todos vosotros.
Nuria, Formadora Auxiliar de la Escuela Mahashakti