TRILOGÍA HINDÚ
Cuenta una leyenda mítica, que allá por el principio de la creación del mundo, Brama había deseado el cielo, y el cielo salió del abismo del caos, con sus siete círculos y semejante a una espiral inmensa. Había deseado mundos que girasen en torno a su frente, y los mundos comenzaron a voltear en el vacío, como una ronda de llamas. Había deseado espíritus que le glorificasen, y los espíritus, como una sabia divina y vivificadora, comenzaron a circular en el seno de los principios elementales.
Unos chispearon con el fuego, otros giraron con el aire, exhalaron suspiros en el agua o estremecieron la tierra, internándose en sus profundas simas. Vishnu, la potencia conservadora, dilatándose alrededor de lo creado, lo envolvió con su ser como si lo cubriese con un inmenso fanal. Shiva, el genio destructor, se mordía los codos de rabia. El lance no era para menos. Había visto los elefantes que sostienen los siete círculos del cielo, y al intentar meterles el diente, se encontró con que eran de diamante; lo que dice sobrado cuan duros estaban de roer. Probó descomponer el principio de los elementos y los halló con una fuerza reproductora tan activa y espontánea que juzgó más fácil encontrar el último punto de la circunferencia.
Estando el mundo en esta magnífica situación, Brama decidió descansar y pidió que le sirvieran de beber. Y no debió de ser agua, ya que los efluvios lo indujeron a un estado de semi-inconsciencia en el que se le ocurrió crear unos seres débiles y extravagantes: la raza humana. Cuando Vishnu contempló a los hombres y mujeres, frunció el ceño con preocupación, pues le parecía bien difícil la tarea de proteger a aquellos seres tan frágiles e indefensos.
Los hombres, entretanto, deambulaban mustios y sombríos, por el mundo, ocultándose avergonzados los unos de los otros y cerrando los ojos para no ver a su alrededor algo tan grande y eterno, sin poder evitar la comparación con su pequeñez y su miseria. Porque los hombres tenían la conciencia exacta de sí mismos.
_ ¿Queréis acabar de una vez con vuestros males? _ les dijo Shiva_ ¿Queréis morir?
_ Si, si_ exclamaron todos en tumulto_ ¿Para qué queremos este soplo de existencia?
_ Yo soy un estúpido, lo sé y me avergüenzo de mi barbarie_ decía uno.
_ Yo soy deforme_ decía otro_ y me entristece el espectáculo de mi ridiculez.
_ Y tenemos estas faltas y aquellas y las otras miserias_ proseguían diciendo los demás, enumerando el cúmulo de males y defectos que entonces como ahora, habitaban a los hombres.
_ Es cosa hecha_ dijo Shiva, viendo la decisión de la humanidad entera. Y levantó la mano para destruirla; pero en aquel instante, se interpuso Vishnu.
_ Esperad un día_ exclamó dirigiéndose a los hombres_ un día no más. Voy a daros a beber un elixir misterioso. Si mañana, después de haberlo bebido, queréis morir, que vuestra voluntad se cumpla.
Los hombres aceptaron y Shiva dejó su presa, refunfuñando entre dientes, porque conocía el ingenio y travesuras de su competidor. Vishnu, que era dios de grandes recursos en las ocasiones críticas, se las compuso de manera que a las pocas horas tenía ya hecho y embotellado su elixir en tal cantidad, que tocaba a frasco por barba.
Pasó la noche, durante la cual los hombres no hicieron otra cosa que sorber por la nariz aquella especie de éter mágico; y cuando tornó a brillar la luz, vino Shiva de nuevo a renovar sus proposiciones de muerte.
Los hombres, al oírlo, comenzaron por maravillarse y a reírse en las barbas.
_ ¡Morir nosotros_ exclamaron_ cuando un porvenir inmenso se abre a nuestros horizontes!
_Yo_ decía uno_ voy a conmover al mundo con la fuerza de mi brazo.
_ Yo, a avasallar los corazones con el encanto de mi hermosura.Y así, todos iban repitiendo:
_ ¡Morir yo, que siento arder en mi frente la llama del genio; yo, que soy fuerte; yo, que soy hermoso; yo, ¡que seré inmortal!
Shiva no daba crédito a sus ojos, y unas veces le daban ganas de rabiar y otras de reír a carcajada tendida, ante el espectáculo de tan ridícula transformación. En aquel momento, pasaba Vishnu a su lado, y el genio destructor no pudo menos que dirigirle estas palabras:
_ ¿Qué diantre les has dado a estos imbéciles, que ayer estaban todos mustios, cabizbajos y llenos de la conciencia de su insignificancia y hoy andan con la frente erguida, burlándose los unos de los otros, creyéndose cada cual un dios?
Vishnu, con mucha sorna, y dándole un golpecito en un hombro, se inclinó al oído de Shiva y le dijo en voz muy baja:
_ Les he dado el amor propio.
Lola Pereira, escritora y alumna de la Escuela recién titulada