MAMÁ SONTA
En aquel tercer día, Dios contempló la joven Creación recién salida de sus manos dulces y maternales, todavía a medio hacer y vio que era hermosa. Y dijo Dios: “Ha llegado la hora de que creemos la Vida”.
Y convocó Dios a todos los cuerpos celestes: planetas, estrellas, cometas, astros y satélites de todos los confines del Universo y les dijo: “He decidido crear la Vida y ponerla en uno de vosotros. Quien se decida a albergarla deberá saber desde ahora, que la Vida crecerá, se desarrollará, evolucionará, se hará inteligente y puede llegar a ser peligrosa.
La Vida es una gran responsabilidad y, a veces, un riesgo. Por eso yo, que soy Dios de amor y libertad, no quiero imponérsela a nadie, porque el don de la vida no debe hacerse a la fuerza ni sin conocimiento”.
Al oír esto, los cuerpos celestes que al principio se habían entusiasmado con la posibilidad de convertirse en portadores de Vida, se miraron unos a otros perturbados, y, poco a poco, fueron declinando la invitación, empezando por los cometas: “Nosotros somos vagos, nos gusta andar de arriba para abajo por todo el Universo, viendo lo que hay. Esa responsabilidad no es para nosotros”. Y sólo se les vio el colazo, de tan deprisa que huían.
Después siguieron las estrellas, que se marcharon casi todas al mismo tiempo, iluminando el espacio con su luz multiplicada: “Si la vida va a ser como Tú la estás contando, no podemos albergarla, porque empañaría nuestro brillo y estropearía nuestra belleza. ¿Qué sería del Universo sin nuestra luz?”.
Y así, de uno en uno, o en grupos, se fueron marchando todos los cuerpos celestes, hasta que sólo quedó un pequeño planeta procedente de la periferia de una galaxia no muy grande, que se había quedado en un rincón, platicando con una estrellita de la segunda dimensión y con un satélite opaco y gris.
Preguntó Dios al planeta: “Tú quieres albergar la Vida?”.
“Mira, Dios”, replicó el planeta pensativamente, “tal como has explicado, la Vida parece algo muy valioso y muy especial. Tanto, que creo que no podría albergarla sin ayuda, pero si esta estrellita que no quiso irse con sus hermanas, y este satélite, me dicen que me ayudarán a formar equipo para albergar la Vida… pues yo me arriesgaré. La verdad es que ni siquiera sabemos muy bien lo qué es la Vida. Pero parece valiosa y quiero intentarlo, si Tú estás conmigo”.
Dios sonrió y su sonrisa femenina, maternal y radiante, expandió el Universo. “Tú eres el tercer planeta, pero desde hoy, serás el cuerpo celeste favorito para Mis ojos y te llamarás Gaia-La tierra.
La pequeña estrella con la que hablabas se llamará Sol y el satélite, la Luna. El Sol te dará calor para que mantengas la vida y la luna te iluminará en las horas oscuras y te administrará luz para que descanses en las noches de Luna Tierna. Serás mi planeta, donde Yo habitaré dentro de un tiempito. Y para ayudarte a dar la Vida consciente, que es la más comprometida, pero la más importante, Yo formaré una estirpe de mujeres especiales, de manos milagrosas, que ayudarán a la Vida a nacer y a prosperar. Ellas serán tus hermanas y las llamarán Mamá Sonta*”.
Colorín, colorado…
* Sonta es una palabra de origen náhuatl, que significa desparejada.
Este cuento náhuatl me lo contó Raquel Fernández en Granada, Nicaragua.
Lola Pereira
Hermoso! Gracias por compartirlo. Mataji
Gracias a ti, Mataji, por leer. Realmente los cuentos de Lola son increíbles. Un abrazo fuerte!