AMAR LA PROFESIÓN
Aunque pueda parecer sorprendente, muchas de las personas que empiezan una formación de profesores de yoga no tienen claro si quieren dedicarse profesionalmente a este ámbito o simplemente aprender y dar algunas clases a familiares y amigos. Sin embargo, a medida que van pasando los meses y van experimentando los enormes beneficios del yoga en su propio cuerpo, a medida que van observando cómo su vida se transforma y mejora por completo, la mayoría siente la necesidad de compartir la práctica con más gente. Surge, casi siempre de forma espontánea, la vocación de la enseñanza y, con ella, aparecen las primeras dudas e inseguridades.
¿Seré capaz de trasladar todo lo que he aprendido durante mi formación y mi sadhana personal?, ¿qué pasará si me bloqueo en mitad de una clase o si algún alumno sabe más que yo?, ¿podré vivir de ello o tendré que compatibilizarlo con otros trabajos?, ¿sabré manejarme con las redes sociales y las plataformas audiovisuales para darme a conocer y llegar a más gente?
Éstas y otras cuestiones son comunes entre el alumnado que se encuentra al final de su proceso formativo y ve acercarse el momento de la verdad.
Pues bien, ¿cómo podemos hacer frente a éstas y otras inseguridades similares para que no nos bloqueen en el camino y no nos impidan dedicarnos con gusto a la enseñanza? En primer lugar, nos gustaría invitaros a reflexionar sobre qué cualidades o características tienen en común los buenos maestros y profesores de yoga. ¿Son, necesariamente, personas que realizan asanas circenses y hacen decenas de sesiones fotográficas al mes?, ¿son esencialmente personas de reconocido prestigio, que tienen listas de espera para sus clases? Nosotros creemos que no. Sin duda, algunos de estos aspectos pueden estar presentes, pero no son los que van a convertirnos en buenos transmisores de la enseñanza.
Entonces ¿cuál es el ingrediente mágico?, ¿qué habilidades debemos adquirir o cultivar para vivir del yoga y ser grandes profesionales de esto?
Es difícil quedarse con una sola cosa, pero si tuviéramos que elegir un primer elemento quizás sería la coherencia.
Y ser coherentes, en este caso, implica saber, con absoluta certeza, que el yoga no es algo puramente teórico, que podamos explicar desde fuera como cualquier otro sistema filosófico; no, el yoga es una ciencia y, como toda ciencia, tiene un método que debe practicarse una y otra vez, de manera incansable.
Podéis hacer la prueba si queréis, estar una o dos semanas sin practicar y pronto veréis cómo vuestro cuerpo se resiente, cómo vuestra mente y vuestras emociones empiezan a hacer de las suyas y cómo, de repente, vuestra vida vuelve a coger la dinámica que os hizo sufrir y os trajo hasta aquí. Así que ahí tenemos un primer aspecto a cuidar: para ser buenos profesores es importante tener una sadhana diaria que nos equilibre y nos aporte un conocimiento interno, profundo, de lo que es el yoga.
Muchas personas se sienten inseguras porque no saben comunicar, cuando el problema, por lo general, no es ése. Lo que les falta, en gran medida, es haber cultivado este conocimiento interno, esta experiencia, que hace que las ideas que transmitimos suenen certeras e impacten.
Además, el hecho de ser constantes en nuestra sadhana y coherentes, tiene otros muchos beneficios. Por ejemplo, si vamos observando los avances y retrocesos que vamos teniendo en la esterilla, si vamos explorando dónde necesitamos utilizar apoyos, dónde están nuestros límites y fortalezas, cómo reaccionan nuestros aductores en Upavishta Konásana, cómo se vive todo el proceso hasta dominar Charakrásana, cómo se escaquea nuestra atención durante las meditaciones, cómo desaparece la ansiedad después de un buen pranayama, etc., también podremos ayudar después al alumnado. Siempre es mejor haber atravesado ciertas dificultades para guiar a los demás con tacto y empatía por el sendero que nosotros mismos hemos tenido que recorrer.
Partiendo de esta base, tendremos que aprender algunas cuestiones técnicas y pedagógicas esenciales. Aquí os dejamos sólo algunas de ellas:
Saber programar.
Algo que puede parecer evidente pero que, en ocasiones, se olvida es la necesidad de planificar bien el curso y nuestras clases. Escribir sobre el papel qué objetivos queremos conseguir, hacia dónde queremos que evolucionen nuestros grupos, qué recursos les vamos a enseñar y con qué progresión, es fundamental si queremos tomarnos en serio nuestra profesión.
Enseñar con respeto.
Y, cuando hablamos de respeto, nos referimos a tratar a cada una de las personas que asisten a nuestras clases de manera individualizada. En este sentido, la idea no es que todos alcancen el mismo nivel, sino que cada cual vaya mejorando dentro de sus posibilidades y circunstancias, sin forzar, pero sin caer en la indulgencia tampoco.
Dar los tiempos y ofrecer instrucciones precisas.
Debemos saber que, cuando damos una instrucción, el alumno necesita un tiempo para integrar lo que se le ha dicho. Hablar todo el tiempo en clase y dar excesivos detalles sobre cada postura, cada ejercicio de respiración o cada meditación, es contraproducente. Quizás pensamos que, si dejamos huecos o silencios, nuestros alumnos se van a aburrir, pero ocurre justo lo contrario, ellos lo agradecen y confirman que les ayuda más a vivir la experiencia. Al final, en esto se aplica mucho la máxima de que menos es definitivamente más.
Esperamos que este artículo os haya ayudado a repensar la manera de enseñar el yoga y os haya alentado para convertiros en grandes profesores y profesoras.
Nuria Pérez